martes, 2 de octubre de 2007

El monstruo


Cuando el autobús se acerca, cuando estás sentado en un banco verde esperándolo, cuando estás apunto de convertirte en un monstruo.

Pasan por tu cabeza los conocimientos inservibles de trivia que has guardado por años, y las libretas a doble raya, la medalla del escuadrón de paracaidismo de tu padre que perdiste en una exhibición de memorias perdidas y cromos inexistentes del valor familiar. El tiempo no está de su lado, el de todos ellos, pero tampoco del tuyo, mucho menos del tuyo, pronto te convertirás en un monstruo, pero aún así sigues esperando el autobús, aún sabiendo lo que va a pasar. El sol se mete entre los árboles y tú te vas a transformar en otra cosa, a lo mejor en lo que eres en realidad, y esperas pacientemente, a que el autobús llegue y las llantas nacidas para ser parte de un transporte de carretera se detenga a tu lado con el rechinido que ya conoces. Tienes preparado en la palma de tu mano el pago en metálico, el viento de verano tardío mueve los lunares de tus brazos y hace parecer casi épica la travesía de tu cabello engañosamente rojizo través de tu frente. Ves bien a los pasajeros mientras subes los pequeños escalones del trasporte, lo sientes mucho, de verdad que sí, pero te convertirás en un monstruo y masticaras los lentes de pasta gruesa de aquel señor con el sombrero gris ladeado a la izquierda, y devorarás a la niña de calcetas rojas, y le quitaras ese aire de cachorro perdido a ese chico junto a la ventana antes de escupir uno de sus mocasines del color de las moscas que reposan en los panteones italianos. Sabiendo todo esto avanzas por el estrecho pasillo mientras la puerta se cierra secamente detrás de ti, lo sientes mucho de verdad que sí pero no lo puedes evitar, que no crean que te causa placer, porque cuando hallas acabado con todo, bajaras del autobús, te sentaras en una banca verde a llorar, esperando al próximo.

martes, 25 de septiembre de 2007

7pm tape




m�sica para resbalar en la regadera

lunes, 24 de septiembre de 2007

Cómo sobrevivir al desamor en verano

1. ¿Cómo se revive el cadaver de un pterodáctilo, si lo único que se tiene a la mano, es una sombrilla irremediablemente descompuesta?
Bien, tome la sombrilla, abrácela y trate de replegar las alumínicas terminaciones en contra de su cuerpo, luego deje que la lluvia encuentre el camino entre su espalda y el sueter de lana, despues intente consolar al animal prehistórico ahora convertido en artículo londinense de primera necesidad. 2. Si eso no funciona imagínese a usted mismo como una tristísima madre rusa en tiempos de Stalin; meta su imaginaria mano en la imaginaria nieve hasta que no sienta los dedos. Luego imagine que usted tenía dedos. c) Si la anterior trampa sugerida anteriormente tampoco logra burlar el ya familiar sentimiento de golondrinas anidando en las redes pulmonares, puede resultar útil entonces el proyectarse frente a la realidad con las medallas que indiquen el rango de Alto General, piense en Douglas McArthur, y acepte la batalla cual combate perdido. Tal ilusión mental tiene un truco: el inexistente uniforme debe contar con un par de calcetines impares pretendiendo con tal distracción alejarnos del siniestro paisaje dejado por la Guerra.
Por último, si nada de ésto le ha facilitado alejarse del objetivo, si aun no ha desaparecido la extraña incomodidad fantasmal de no ser correspondido; trate por todos los medios posibles de ver el triángulo amoroso donde se ha visto implicado, figurado en los porcelanoides de una vajilla china. Usted, sencillo plato azul no puede guardar reconres, solamente porque la fabulosa taza amarilla haya sido colocada justo encima del plato decorado con motivos caduciformes. Piense en que alguien se ha de haber distraido al momento de acomodar la vajilla, llamese una niña de 14 años o Dios con pecas.
Agradezca con un suspiro. Los platos azules no podemos castigarnos cantando todo el día Norwian Wood.